viernes, 6 de mayo de 2011

CAPÍTULO II

Casas Viejas, una aldea de poco más de 1000 habitantes, era una pedanía de Medina Sidonia donde más del 50% de su población eran jornaleros al servicio de los grandes terratenientes, en unas tierras apenas cultivables en gran parte de su extensión y, por ende, de una extremada pobreza y donde la mayoría del tiempo sus moradores se dedicaban a la búsqueda de cardillo, Tagasninas, Espárragos, Caracoles, Espartos, y la caza furtivas más otros menesteres que paliaban el hambre de sus familias, si a este modo de vida se le puede llamar vida.
Al mal del paro endémico, agudizado por un descenso precipitado de la economía local y provincial, se unía también un triste sentimiento de frustración en cuanto a las optimistas ilusiones despertadas al advenimiento de la República: el alcalde de Medina Sidonia, Ángel Butrón, declaraba ante una comisión parlamentaria que “ el malestar lo produjo las ofertas hechas en épocas electorales de reparto de tierras y otras ventajas, ninguna de las cuales se cumplieron. los braceros decepcionados se dieron de baja en el socialismo e ingresaron en la CNT”. En esta situación se comprenderá lo fácil que resultaba la aldea para los planes anarquistas.
La tensa situación social vivida en España a partir del día 8 de enero era conocida en Casas Viejas, a la que llegaban, aunque con cuentagotas, noticias de revueltas y atentados.
Los afiliados y simpatizantes del sindicalismo anarquista creían llegado el momento de poner por fin techo a su deteriorada situación, así que se dispusieron a entrar en acción tan pronto recibieran instrucciones del escalón superior, la Sindical Comarcal de Jerez de la Frontera, en donde la subversión ya se había puesto en marcha.
La ansiada orden llegó el día 10 y se le comunicaba que se había declarado el comunismo libertario en toda Andalucía y que debía actuarse según los planes previstos.
El movimiento abarcaba a casi toda la región, pero fallaron los canales de transmisión en algunos lugares, en los más se produjo la indecisión y en otros la rápida actuación de los Cuerpos de Seguridad que abortó la intentona a los primeros compases.

El 13 de enero de 1.933,

Pero en Casas Viejas todo iba a resultar diferentes; ese mismo día 10, Francisco Cruz, anarquista de vieja estirpe, conocido en la comarca como “Seisdedos”, juntos con un nutrido grupo de paisanos se dirigieron hacía el Ayuntamiento enarbolando sus banderas anarquistas y sus viejas escopetas, ocupando y colocando las mismas en los edificios de los sindicatos e inclusos en los postes eléctricos.
Ya en el Ayuntamiento, Francisco Cruz y sus seguidores requirieron al alcalde pedáneo, Juan Bascuñana, para que intentase parlamentar con el Comandante del Puesto de la Guardia Civil, el Sargento Manuel García Álvarez, con el mensaje de que “se había proclamado el comunismo libertario y que todos somos iguales” con el ultimátum de que entregasen las armas.
El Puesto de la Guardia Civil estaba compuestos por cuatro hombres y el Sargento Comandante de Puesto a saber:
Sargento Manuel García Álvarez.
Guardia Pedro Salvo.
Guardia Román garcía Chuecos.
Guardia Manuel García Rodríguez.


El sargento responde negativamente y la reacción campesina no se hace esperar; sitiaron el Cuartel con sus 4 hombres dentro y el guardia Manuel García Rodríguez(4), “decide subir al pabellón ocupado por el guardia Pedro Salvo porque desde el mismo se domina bien la plaza y calles fronterizas al cuartel, abriendo la ventana lateral derecha de la mencionada habitación, colocándose en posición de disparar rodilla en tierra, observando que en unos caserones existentes inmediato a la plaza se veía los cañones de una escopeta dirigidos hacia el cuartel, por lo que hubo de dirigir su puntería al lugar donde la escopeta se hallaba, disparando el fusil en el mismo momento en que el poseedor de la escopeta lo verificaba contra la ventana donde el dicente se hallaba, habiendo resultado a consecuencia de tal disparo herido de perdigón en la mejilla izquierda. Que en el mismo momento oyó a su espalda una voz que resultó ser la del guardia segundo Román García Chuecos, que con los anteriormente citados componían la dotación del Puesto, el que exclamó ¡Ay mi madre!, por lo que hubo de volver la vista hacía atrás, encontrándose con que el mencionado guardia y el sargento se hallaban tendidos en tierra y heridos ambos, en la cabeza y al parecer de gravedad.”(4) muriendo el sargento a resulta de las mismas.(5).

Sin embargo, la defensa del Cuartel continuó hasta las 14 horas del día 11, en que llegó al pueblo un grupo de fuerza del Puesto de la Guardia Civil de Medina Sidonia en ayuda de sus compañeros al saber que los anarquistas habían cortado la carretera y la línea telefónica.
A partir de este momento los hechos se desarrollarían de otro modo a favor de las fuerzas y contrariamente a como pensaban los campesinos. Antes la llegada de los refuerzos, los insurrectos huyeron de las cercanías del cuartel y se situaron en los alrededores, desde donde continuaron hostigando a la fuerza. La llagada de nuevos efectivos desde Cádiz, enviados por el Gobernador Civil al mando del teniente de Asalto, Fernández Artal, hizo que la lucha cayera a favor de las fuerzas del orden.
La mayoría de los campesinos huyen al monte, pero otros deciden no hacerlo, entre ellos, “Seisdedos”, que al frente de un pequeño grupo de familiares la mayoría, se refugia en su choza en espera de acontecimiento.
El teniente Artal, al frente de un grupo de Guardias de Asalto y Guardias Civiles, rodea la choza y le intimida a rendirse, pero todo es inútil, Francisco, de setenta años estaba dispuesto a morir antes que entregarse, la lucha sería mejor para esperar la muerte que hacerlo para morir indefenso.
En cualquier caso, su decisión era irrefutable, y no tardó mucho tiempo en demostrarlo. El teniente Artal manda a un guardia de asalto para parlamentar con “Seisdedos” y, desde el interior de la choza, suena una descarga de escopeta matando a este guardia llamado Martín Díaz por lo que el teniente Artal decide pedir más fuerzas.
A las 2 de la madrugada del día 11, llega a la aldea el capitán de Asalto Manuel Rojas Feigespán al frente de 90 hombres del Cuerpo de Asalto, erigiendose en protagonista nefasto de la represión que se desencadenaría porque, si hasta la llegada de este capitán, la actividad de la fuerza había sido de prudencia, a partir de la irrupción en el pueblo del mismo, las cosas adquirirían tintes de excesiva tragedia, pasando de un extremo a otro, de la prudencia a la brutalidad bien por orden del Director General de Seguridad-que fue lo que mantuvo en el juicio que para depurar responsabilidades sobrevendría después de los hechos-, o bien por iniciativa propia.
Lo cierto será que Rojas ordenó prender fuego a la choza y esto pondría fin a la numantina defensa del “Seisdedos” y los suyos. -ocho personas en total de las cuales 5 eran de su familia-, sólo se salvó la joven nieta del “seisdedos”, Mariquilla, que pudo huir milagrosamente de la nube de fuego y tiros que tuvo lugar.
El hecho, catalogado oficialmente como de guerra (Decreto de 18 de enero de 1933), no provocaría un aluvión excesivo de censuras y acusaciones. Lo realmente grave e importante iba a producirse después, entre siete y ocho de mañana.
No satisfecho con lo ocurrido en la choza y tal vez para cumplir lo ordenado por alguno de sus superiores, el capitán Rojas ordenó registrar selectivamente las casas de la aldea para proceder a la detención de quienes hubieran intervenido en la revuelta.
De esta manera fueron reunidos 14 hombres que el capitán ordenó conducir a la corraleta de la choza del “Seisdedos”, donde yacían los cadáveres de los anarquistas muertos y del guardia de asalto Martín. Momentos después, y a la orden de ¡fuego! -que Rojas negaría dar él-, los fusiles de los guardias dieron muerte a los 14 hombres, a los que había que sumar los 7 de la choza y el viejo Francisco Barberán, muerto en circunstancia poco claras durante la razzia que las fuerzas del orden realizaban por mandato de Rojas en las casas de la aldea.

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